It is the adventure of being far away and still feeling at home....

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miércoles, 17 de junio de 2009

El extranjero: un exiliado de sí mismo


“El extranjero te permite ser tú mismo, en tanto hace de ti un extranjero”.
Edmond Jabès



Se sabe que el extranjero representa la constante incertidumbre y la otredad; es una presencia persistente de esa “otra cara” que obliga al ser humano a confrontarse con un extrañamiento que se resiste a ser eliminado.

Ahora bien, cuáles son las raíces de tal extrañamiento y cómo influye esto en la integración del migrante a la comunidad receptora?

Uno de los mayores legados del Psicoanálisis proviene de la inquietante idea de que en la subjetividad humana coexiste, junto a lo familiar, un vasto campo de significados desconocidos que llevan al sujeto a extrañarse de sí mismo. Muchas de las conductas y emociones del sujeto no encuentran una explicación en el orden de lo racional o lo dado a la consciencia, produciendo desconcierto e incertidumbre.

De este modo, el concepto de lo inconsciente exige conceder que el comportamiento humano está multideterminado por diversas fuerzas e instancias psíquicas contrapuestas, entrelazadas de un modo complejo. Solo una exploración de las profundidades de la subjetividad humana permitirá develar la singularidad de la trama que caracteriza a cada ser humano, y hacer retornar a la consciencia aquello que debió ser relegado al campo de lo inconsciente.

En su artículo acerca de “Lo Siniestro” (1919), Freud echa luz acerca de este extrañamiento potencial que existe en cada sujeto. Introduce el concepto de “lo Unheimlich” como la transformación de lo familiar en lo opuesto, en algo extraño, ominoso y destructivo, lo cual genera incertidumbre y desconfianza (Lutenberg, 2002).

Lo siniestro (unheimlich) refiere a objetos o situaciones que ahora espantan, pero que antes fueron conocidos y familiares (heimlich). Por lo tanto, aquello muy conocido o familiar puede aparecer, bajo ciertas circunstancias, como aterrorizante y desconocido. Freud agrega que el concepto de Unheimlich, dadas sus múltiples acepciones, también debe ser entendido como todo lo que debería haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado. (Aguinis, 1987)

Relacionando los aportes de Freud al fenómeno migratorio, es entonces factible suponer que los sentimientos de extranjerización impulsados por la inquietante presencia del otro confrontan al sujeto con lo siniestro en sí mismo, es decir con aquello que, en lugar de quedar oculto, se manifiesta a partir de la presencia de lo diferente: el nuevo contexto, el nuevo idioma, las nuevas personas y costumbres. Tanto para el migrante como para el ciudadano de la comunidad receptora se pone en juego lo extranjero en sí mismo, hasta entonces oculto, a partir del contacto con la otredad.
En este sentido, se puede concluir que el modo particular de elaborar las vicisitudes de este encuentro dependerá de la capacidad del sujeto de admitir su propia alteridad y aceptar que será siempre, desde el concepto de lo inconsciente freudiano, un exiliado de sí mismo.


En definitiva, tal como afirma Julia Kristeva (citado en Chambers, 1984): “El extranjero (…) empieza a emerger con la conciencia de mi diferencia y concluye cuando todos nos reconocemos como extranjeros”.

Crisis cultural e identidad




Si bien la literatura psicológica ha hecho referencia a numerosos tipos de crisis, entre las cuales pueden contarse las vitales, las patológicas y las accidentales, entre otras, algunos autores (Bar, 2001; Eiguer, 2002) han hablado de la “crisis cultural” que atravesará el migrante, al verse obligado a enfrentar la nueva cultura del país receptor y a dar por perdido el apuntalamiento constitutivo de su identidad cultural proveniente del país de origen.



Los sistemas sociales de representaciones (los mitos, los modos de vida, los modelos educativos y culturales, las formas de socialización) constituyen códigos comunes de referencia transmitidos desde la temprana infancia, primero sobre la base de los gestos maternos y el grupo primario de pertenencia y reforzados luego por la pertenencia a los grupos secundarios de la vida social (escuela, amigos, compañeros). Esta base cultural compartida es uno de los elementos constitutivos del psiquismo dado que representa la parte cultural de la identidad, garantizando el cálido y cómodo sentimiento de “lo familiar”. Solo a partir de la ausencia de este marco cultural se vuelven visibles para el sujeto aquellos elementos que compartía con otras personas de su mismo medio.
Durante la estadía en un sitio con una cultura distinta a la propia, el contexto grupal deja de cumplir esta importante función de continencia y de confirmación del sentimiento de pertenencia, desencadenando regresiones y angustias extremas.
Se puede producir entonces un “conflicto de lealtades” que pone al sujeto frente a un dilema. Por un lado, siente deseos de integrarse a la nueva cultura e incorporar lo novedoso. La amenaza de marginalización lo apura a adoptar gustos, costumbres e idioma. Por el otro, sus deseos de integración están refrenados por el temor, no siempre consciente, de perder la propia cultura y renunciar a sus orígenes.
Para el sujeto, su ser se confunde con sus raíces y éstas le resultan inconciliables con la supervivencia en la nueva sociedad.

Un modo de resolución posible de este conflicto puede ser el surgimiento de patologías de la identidad que le permitan conservar el vínculo íntimo con la cultura de origen y a la vez adaptarse a la nueva cultura.

sábado, 13 de junio de 2009

La hospitalidad


“Un día comprendí que, de todas las cosas, la más importante para mí era cómo me definía a mí mismo en tanto extranjero… Entonces me di cuenta de que el extranjero, en su vulnerabilidad, solo podía contar con la hospitalidad que otros podían ofrecerle”.
Edmond Jabès


Jacques Derrida (1997) vincula la migración con el concepto de hospitalidad en relación a la pertenencia y ocupación del espacio público, introduciendo “una dimensión ética al tomar conciencia de la existencia del otro, de la alteridad y ajenidad del otro” (Puget, 2006).
En su interpretación de la obra de Derrida, Puget afirma que se necesita tanto que el huésped (hostis) como el anfitrión (habitante-ciudadano) se esperen mutuamente para que se inicie un proceso de hospitalidad.
Por la presencia del extranjero, se construirán nuevos espacios de reclusión, nuevos adentro-afuera.
Para estos autores, la hospitalidad conlleva la idea de que durante el proceso de acogida del extranjero -quien es pura alteridad ante los ojos de quien lo recibe- tanto el huésped como el anfitrión deberían ser capaces de establecer las pautas del nuevo encuentro. Esto implica la puesta en juego de la solidaridad, como un nuevo modo de convivencia donde ambas partes deben renunciar a algo para alojar al otro.
Sin embargo, continúa Puget, parece haber en muchos casos una incapacidad de crear este espacio común, lo cual lleva a una obstaculización en el proceso de hospitalidad. Dicha incapacidad está dada por dos grandes factores. Por un lado, cierta tendencia en el anfitrión a desmentir las dificultades propias de alojar lo ajeno, y por el otro, la necesidad en el migrante de negar parte de su pasado, resignando la posibilidad de capitalizar el aporte enriquecedor de la suma de experiencias novedosas. Se parte en muchos casos del presupuesto de que el migrante debe perder rápidamente su condición de tal, renunciar a su doble pertenencia a dos culturas y olvidarse de sus orígenes, con tal de asimilar el nuevo contexto. Sin embargo, concluye la autora, la clave no está en perder la condición de anfitrión y la de huésped sino en realizar un “trabajo en común”.
Desde las nuevas concepciones espaciales y subjetivas se han ido desechando los modelos de la modernidad que atribuían a toda estructura reglas de funcionamiento estables y conexiones de causalidad lineal, todo lo cual permitía pensar en cierto grado de previsibilidad de los fenómenos y en cierta ilusión de solidez. La representación de estructuras sólidas ha cedido lugar a nuevas propuestas que, desde distintos contextos científicos, admiten “la regularidad de lo imprevisible”. Los nuevos espacios son pensados como medios líquidos (Bauman, 2000), siendo cada época y región generadora de sus propias cualidades de incertidumbre.
Este concepto trabajado por Puget, Bauman y muchos otros autores puede ser trasladado a la noción de migración, a fines de comprender los distintos grados de inquietud, perplejidad y falta de certezas que atraviesa un migrante con la llegada a un nuevo país. La noción de pertenencia transferible de un espacio a otro, sostenida durante la modernidad, ha evolucionado a una nueva concepción de pertenencia que se entiende como aquello que une al sujeto a un conjunto determinado: la pertenencia se construye al hacer “algo en común” con el otro.

Esto implica, inevitablemente, otro sentido de la “morada” y de estar en el mundo. La morada debe ser concebida desde esta perspectiva como un ”hábitat móvil” (Chambers, 1994) donde el tiempo y el espacio ya no constituyen estructuras fijas y cerradas.

Homelessness, dice Martin Heidegger (1977), se está convirtiendo en el destino del mundo.