It is the adventure of being far away and still feeling at home....

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sábado, 13 de junio de 2009

La hospitalidad


“Un día comprendí que, de todas las cosas, la más importante para mí era cómo me definía a mí mismo en tanto extranjero… Entonces me di cuenta de que el extranjero, en su vulnerabilidad, solo podía contar con la hospitalidad que otros podían ofrecerle”.
Edmond Jabès


Jacques Derrida (1997) vincula la migración con el concepto de hospitalidad en relación a la pertenencia y ocupación del espacio público, introduciendo “una dimensión ética al tomar conciencia de la existencia del otro, de la alteridad y ajenidad del otro” (Puget, 2006).
En su interpretación de la obra de Derrida, Puget afirma que se necesita tanto que el huésped (hostis) como el anfitrión (habitante-ciudadano) se esperen mutuamente para que se inicie un proceso de hospitalidad.
Por la presencia del extranjero, se construirán nuevos espacios de reclusión, nuevos adentro-afuera.
Para estos autores, la hospitalidad conlleva la idea de que durante el proceso de acogida del extranjero -quien es pura alteridad ante los ojos de quien lo recibe- tanto el huésped como el anfitrión deberían ser capaces de establecer las pautas del nuevo encuentro. Esto implica la puesta en juego de la solidaridad, como un nuevo modo de convivencia donde ambas partes deben renunciar a algo para alojar al otro.
Sin embargo, continúa Puget, parece haber en muchos casos una incapacidad de crear este espacio común, lo cual lleva a una obstaculización en el proceso de hospitalidad. Dicha incapacidad está dada por dos grandes factores. Por un lado, cierta tendencia en el anfitrión a desmentir las dificultades propias de alojar lo ajeno, y por el otro, la necesidad en el migrante de negar parte de su pasado, resignando la posibilidad de capitalizar el aporte enriquecedor de la suma de experiencias novedosas. Se parte en muchos casos del presupuesto de que el migrante debe perder rápidamente su condición de tal, renunciar a su doble pertenencia a dos culturas y olvidarse de sus orígenes, con tal de asimilar el nuevo contexto. Sin embargo, concluye la autora, la clave no está en perder la condición de anfitrión y la de huésped sino en realizar un “trabajo en común”.
Desde las nuevas concepciones espaciales y subjetivas se han ido desechando los modelos de la modernidad que atribuían a toda estructura reglas de funcionamiento estables y conexiones de causalidad lineal, todo lo cual permitía pensar en cierto grado de previsibilidad de los fenómenos y en cierta ilusión de solidez. La representación de estructuras sólidas ha cedido lugar a nuevas propuestas que, desde distintos contextos científicos, admiten “la regularidad de lo imprevisible”. Los nuevos espacios son pensados como medios líquidos (Bauman, 2000), siendo cada época y región generadora de sus propias cualidades de incertidumbre.
Este concepto trabajado por Puget, Bauman y muchos otros autores puede ser trasladado a la noción de migración, a fines de comprender los distintos grados de inquietud, perplejidad y falta de certezas que atraviesa un migrante con la llegada a un nuevo país. La noción de pertenencia transferible de un espacio a otro, sostenida durante la modernidad, ha evolucionado a una nueva concepción de pertenencia que se entiende como aquello que une al sujeto a un conjunto determinado: la pertenencia se construye al hacer “algo en común” con el otro.

Esto implica, inevitablemente, otro sentido de la “morada” y de estar en el mundo. La morada debe ser concebida desde esta perspectiva como un ”hábitat móvil” (Chambers, 1994) donde el tiempo y el espacio ya no constituyen estructuras fijas y cerradas.

Homelessness, dice Martin Heidegger (1977), se está convirtiendo en el destino del mundo.

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